En el pequeño almacén donde compraba lo necesario para la casa se habían peleado. Tomasia dirigía el negocio con mano tan calma como firme y el racimo de muchachos solía encontrarse allí antes de salir al mar o a la laguna. El parentesco entre ellos era difícil de establecer. Eran, sí, parientes, y cercanos. Morenos casi todos, parecían caboclos. Había entre ellos varios hijos de Tomasia, quizás de distintos padres. Habría alguno que no fuera hijo de ella. A fin de cuentas, funcionaban como una familia.
No es fácil saber cuál es el humor de los locales. Podrán estar contentos o enojados, pero sostienen la actitud neutra y poco expresan con su mirada, como si el verdadero sentimiento estuviera cubierto por el velo de lo que se muestra. Esa mañana se habían peleado. Se lo dijo Tomasia cuando fue a comprarle yerba argentina que traía expresamente para los que iban instalándose en la zona. Se dividieron en dos grupos enemigos, esta vez están muy enojados, aclaró Tomasia y le preguntó cuándo llegaba su inquilino.
-Llegan mañana -respondió-, al mediodía. Yo les dejo la casa bien acomodada y les recomiendo que compren aquí. Ya sé cómo los van a tratar.
Él había recalado en la zona siguiendo los dictados del viento, en primer lugar, y de las olas, en segundo. Le parecía ideal para seguir surfeando, estudiando, pensando y, sobre todo, para disfrutar del ejemplo de esa gente que vivía cerca de la naturaleza, en paz y tan sencillamente. Relajados y tranquilos, despreocupados y apreciando las cosas que realmente valen como el atardecer en las dunas, el atardecer en el mar y el sabor del pescado a las brasas.
Se había detenido a contemplar la hoja compuesta de un flamboyán, verde subido y brillosa, turgente casi hasta la solidez, y las flores, tratando de definir si el rojo era el que se conocía como escarlata. Recordando a uno de sus profesores se dijo que todo estaba contenido en todo y pensó cómo se podría decodificar el universo en una de sus expresiones como era la hoja de flamboyán. Y la flor, que él quería que fuera escarlata porque le gustaba la palabra. Estaba contento y se dijo que los deseos, las pasiones, las verdades eran las mismas siempre y que la diferencia radicaba en la forma con que se expresaban.
Se había enfrascado con Mondaxy en una discusión acerca del azar y la fortuna y, también se habían enojado. Mondaxy, que era el mejor surfista de todos, le había dicho que el azar era un cambio en la lógica de la naturaleza y que ocurría alterando la secuencia normal de los sucesos. Le pareció otra explicación renga, otra premisa con la que se comenzaba para establecer una teoría perfectamente hilvanada pero endeble por un primer supuesto dudoso. Para él todos los hechos tenían una explicación acabada en la secuencia causa-efecto y el azar era el nombre escogido para definir la falta de conocimiento de las variables, de los datos que podían explicar los hechos que al momento resultaban inexplicables.
Para Aristóteles, un razonador empedernido, el azar era un accidente, una ruptura, una causa superior. En cambio, a la fortuna podía buscársela a través del esfuerzo. Le parecía que la fortuna de haber llegado allí no había sido fruto de un esfuerzo propio, sino de cierta sagacidad para tomar decisiones a la que muchos no se animaban por conservadores.
Él y Mondaxy lo habían invitado a la casa que habían construido en el morro que bajaba hasta la laguna y desde la que se podía contemplar el pueblo, la isla en el mar y la magnificencia del cielo y del agua durante las hermosas noches frescas. Allí se convenció de venir con la familia. Era la oportunidad de mostrarles cómo sus amigos, los locos, eran bien capaces de encontrar y de disfrutar de lugares que otros no soñaban. Así decidió alquilársela para todo el mes de febrero. Mondaxy y él se volvían y se la dejaban lista.
Pablo llegó, con su mujer y sus dos hijos, al mediodía, tal como estaba previsto. Vio con regocijo cómo los chicos exploraban el abrupto terreno que bajaba a la laguna y cómo su mujer se quedaba extasiada contemplando el mar desde semejante terraza.
-¿Y la playa? ¿Queda cerca?
-A cinco minutos está Luz y cruzando el canal está la barra, respondió Mondaxy con la solvencia habitual. Les dejé unos fideos amasados por mí para que los disfruten. Compré la harina en lo de Tomasia. Compren ahí, alta onda -dijo Mondaxy representando con la mano el signo de la ola rompiendo.
A la una él y Mondaxy subieron al viejo Galaxy y partieron hacia Rosario. Pasaron por lo de Tomasia para saludar.
-Siguen muy peleados, formaron dos bandas enemigas -les dijo y ellos no supieron si estaba preocupada. Debía estarlo.
-¿Ya llegó el invitado? – preguntó.
-Ya está instalado. Trátenlo bien -agregó Mondaxy.
Pablo y la familia decidieron ir a cenar al pueblito y dejar las pastas en la heladera, nadie tenía ganas de hacer una salsa. Cenaron en el lanchonete y ponderaron el buffet de ensalada libre, el arroz tan blanco, el frijol oscuro y gustoso.
Volvieron caminando hasta la casa cruzando por el estrecho de playa contra la costa que desaparece cuando el mar se junta con la laguna durante la marea alta formando el canal. Llegaron y vieron que la puerta estaba abierta. Habían cerrado, estaban casi seguros. Entraron y se dieron cuenta de que los habían robado, no estaban ni el televisor ni dos de las tres valijas que habían traído.
―Mondaxy me aseguró que era un lugar tranquilo, ¿cómo puede ser? -dijo Pablo ante la mirada inquisidora de su mujer.
―Vos escondiste el dinero y los documentos ¿no?
Pablo bajó hasta la bomba que sacaba agua del pozo y buscó en la caja de la llave de encendido, estaba todo.
-Lo importante es que tenemos la plata y los documentos, la ropa es lo de menos. Igual, vamos a hacer la denuncia a la policía. Nos van a ayudar.
Pablo se acercó hasta la casa contigua y se animó a tocar la puerta. El hombre que lo atendió inexpresivo le dijo que solamente había visto a cuatro muchachos jóvenes caminando por la calle antes de que ellos saliesen. Pablo pensó que todo el mundo se controlaba en un lugar donde vivía poca gente.
Volvió y se lo comentó a su mujer mientras los chicos escuchaban. «Ahora vamos a dormir y mañana nos ocupamos, son rateros», les dijo.
Enseguida se sintió un ruido como a puerta que se rompe.
….
-¿Vos podés creer que los volvieron a chorear, Monda?
-No, en serio, ¿cómo puede ser?
-Sí, los volvieron a chorear ayer, la misma y la primera noche, dos veces.
-No se puede creer. Eso es mala leche, ¡qué mala leche, loco! ¿Viste que existe? Dos veces la misma noche y nosotros les dijimos que era un lugar tranquilo, de campo.
-Y la segunda rompieron la puerta tres pibes morochos y los amenazaron con facas.
-¿Qué se llevaron?
-Les afanaron toda la guita. Pablo la tenía encima, el boludo, y se las dio al toque. Les quedó un celular de uno de los pibes, con ése me avisaron, y las tarjetas.
-Y ¿ahora? ¿qué van a hacer?
-Se vuelven. Dicen que les pareció que uno de los pibes que estaba más nervioso dijo Tomasia o algo así.
Mondaxy se quedó pensando.
Y él también. En el lugar soñado, en la paz. En la pelea de los pibes de Tomasia. En el azar y la fortuna y en la hoja del flamboyán que le decía que el universo está completamente contenido en cada cosa, en cada casa, en cada pueblo. Y en que iban a tener que poner en venta esa propiedad donde habían depositado su ilusión.