Paciencia, man. Paciencia – La Revista del Siglo

Allí estaba el albergue. Al norte del central Park, en el Harlem, pero alrededor del Harlem. Viven más latinos que negros y son peligrosos. Los latinos llegan con lo puesto, loco, y no le tienen miedo a nada. Y si lo tienen, lo deben disimular. No les tiembla el pulso para enterrarle una navaja a alguien. En casi todas las manzanas hay algún drugstore donde venden la birra a un dólar. Y estacionan los botes con la música a todo volumen y se quedan chupando hasta tarde. Igual que en las películas

El trámite lo había hecho Poly que me esperó en la estación de autobuses para recibirme a los pies del bondi, Greyhound, se llama. Viajé toda la noche. Está bueno que a uno lo esperen cuando llegás por primera vez a una ciudad desconocida. Y más con el alojamiento solucionado, solucionado enseguida, al toque.

La verdad que Poly se pasó. Hasta me acompañó al albergue donde lo conocí al flaco ese que te decía.

Bueno, volviendo al tema, Ya sabés que las dos cosas que más me gustan son yirar y las minas. Quién me va a conocer mejor que vos. Las dos cosas que más me gustan, viajar y las minas.  Pero no cualquiera, las minas que están buenas, las que te dan lo que vos andás necesitando, viste. Las minas también son un viaje loco.

Tremenda Nueva York. No te deja tranquilo ni un segundo. Aunque cualquier lugar te da una oportunidad, si vos estás atento. Pero Nueva York es diferente. Se te pasa el tiempo sin que te des cuenta. Los días se te van volando de entretenida que es. Exciting, macho, le dicen, very exciting. Y peligrosa, como las minas. Yo, a las minas, en todos los viajes que se puede, las miro. Porque hay lugares en que de fieras parece que no existen. En otros, por la religión andan todas tapadas, y ni te miran. Pasan corriendo delante de vos. Aunque igual, estando de paso, no es fácil engancharte una.

El albergue no es gran cosa, más o menos como todos. Tenía una salita para consumir lo que te comprabas por ahí. Yo la busqué para tomarme una cerveza que traía del drugstore de enfrente y para mirar un poco de tele. El albergue no era gran cosa, pero la mina que estaba sentada en el piso de alfombra, todo manchado, sí que era impresionante. Una rubia de pelo corto que se dio vuelta cuando yo entraba y me saludó con un movimiento de la cabeza. Cómo decirte, delicada, delicada che, con unos vaqueritos azules y unas botitas negras hermosas. Fina. Diferente a todas esas mochileras que se la pasan morfando pan con manteca. Le vi los ojos de una, cuando me saludó. Color miel. Y los dientes parejitos. Yo me puse como loco. Esta, a lo mejor, es la mía pensé. Y me agarró la ansiedad, viste. Se me metió la mina en la cabeza y era lo único en que pensaba.

Al final le pregunté de dónde era. Berna me dijo. Y hablamos esas boludeces con las que empezás una conversación. Mucho no duró. A mí no me gustan los pesados Además no me banco la ansiedad de saber si me dan bola o no. La cuestión es que fui al grano enseguida, como siempre, y le dije que estaba solo y que si quería acompañarme a tomar algo esa noche. Y la mina me dijo que bueno, que después arreglábamos.

Yo estaba allí, sentado, pensando que la cosa iba, y agradecido por el regalito, viste, cuando me tocan la espalda y me preguntan si era argentino. Sí, le dije contento, ¿vos también? Me explicó que no, que hablaba como nosotros porque había vivido de chico, con su familia, en Buenos Aires. Resulta que el flaco, bah flaco, era medio gordo el colorado, venía volviendo de Israel después de un par de años. Los viejos vivían en la costa oeste, en San Diego y paraba allí unos días para conocer Nueva York.

Yo, viste como es Israel, le pregunté si le había gustado estar allá. Me dijo que más o menos. Y le pregunté cómo le habían resultado los kibutz, cómo había sobrellevado esa vida, porque me había dicho que casi todo el tiempo había vivido en kibutz.  Y el flaco me dice: con paciencia, man, con paciencia, man.

Mientras, la mina seguía allí. En realidad, había más en la sala esa, pero de las otras ni me acuerdo.

Y seguí conversando con el colorado. De cualquier cosa, del laburo, de las cosas de acá, qué sé yo. Y me empezó a llamar la atención cómo me miraba. Me miraba callado, me miraba fijo. Si hasta me parece que me sonreía un poco. No mal. Pero sonreía un poco. La verdad es que mucho no entendía. Medio superado, me parecía. Bueno, la cuestión que llego al tema de la mina, y le digo que me parecía linda. Yo tranquilo, Y le pregunto qué le parecía a él. Sí me dice el chabón, está muy buena.

No me acuerdo mucho más, pero durante ese buen rato, yo me lo pasé haciendo facha y mirando de reojo a la suiza. Ponía voz, así, de guapo, viste.

Al final me levanté a buscar más cerveza. Le pregunté al colorado si quería una y me dijo que no. Crucé al drugstore y me quedé colgado escuchando un rap del auto de un par de dominicanos. Y a que no sabés, cuando vuelvo me lo encuentro al chabón sentadito en el suelo y parlándose al infiernito rubio. No me gustó nada, pero pensé que la mina le daba bola por cortesía, que no podía durar porque el flaco, en serio te digo, medio que no valía nada.

Yo me quedé como esperando y en un momento se cortó la conversación entre ellos. Pensé que el colorado iba a abandonar. Pero no, el pibe se queda sentado al lado de la mina callado, como diez minutos, con toda la tranquilidad del mundo, viste, hasta que ella no sé qué pregunta le hace, y empiezan a hablar de nuevo. Yo no aguanté más, sabés cómo soy, y no quería pecar de guardavalla. Salí a sentarme en el tapialcito del albergue que daba a la calle para entretenerme con la música de un Cadillac viejo que tenían un par de dominicanos.

Como en las películas, loco, igual. Los edificios no son muy altos y están como medio mugrientos, como con carbón. Y tienen esas escaleras de acero en zigzag pegadas a las paredes. Es oscuro, no te da ganas de caminar ni una cuadra. Te da miedo y como te dije antes, no arrugan ni ahí. Una noche volví tarde en el underground y tuve que caminar tres cuadras para llegar al albergue que fueron de terror. No me quiero ni acordar.

Bueno, la cuestión es que estaba terminando la tercera birra cuando veo que sale el colorado, Jacob se llamaba, qué nombrecito, sale el colorado, te digo, con la mina suiza. Se para al lado mío y me pregunta cómo estoy y me dice que se va en taxi a algún pub del village a escuchar jazz. Jazz me dijo el boludo, podés creer. La mina me sonreía como si todo estuviera bien, súper tranquila ella, hasta simpática te diría.  No te imaginás, yo quedé como Adán en el día de la madre. Y para peor, cuando van hasta el taxi, le miro la cinturita y el culo. Hermosa, loco. Le sobraba suéter, tenía una de esas cinturitas que te da miedo tocarlas y un culo como el que dibujan las nuestras con los vaqueros. Y se iba nomás. Yo me dije a lo mejor no pasa nada, hay que ver cómo son estas europeas y más si son suizas. Esos son diferentes a todos, ¿te acordás? Medio aristocráticos y serios. La cosa es que me pasé buena parte de la noche esperando que le fuera mal al colorado y que me dijera, si lo volvía a ver, que era simpática y que habían escuchado buena música y basta, ¿entendés?

Bueno, para hacerla corta, al otro día, en el desayuno, mientras me tomaba ese café aguado espantoso que preparan los yankees, por suerte había un poco de queso y dulce, aparece el colorado que se acerca sonriente. Ni te cuento lo bien que lo recibí. Quería saber qué había pasado. Enseguidita voy al grano y le pregunto qué tal ayer. Bien, estuvimos tomando una cerveza y escuchando buen jazz, y la verdad es que me cayó bien esta chica.

¿Le cayó bien? ¿Le cayó bien? Pensaba yo, éste me está agarrando de boludo Si era un infierno. Pero casi me alegré un poco, no debía haber pasado nada.

Pasó algo, che, le pregunté. Hasta ahí nomás, me dijo. Yo, más aliviado, viste.

Y ahí me la chanta:

hoy vamos a ir a ver otro grupo de jazz en el Village y Suzanne me dijo que le gustaría seguir hasta San Diego conmigo, conociendo la parte central del país. ¿Qué te parece?

Un golpecito de agua helada en el pecho, me pareció, loco.  Bárbaro le digo, genial.

Al toque llega ella y le chanta un beso en la cara. Un beso en la cara adelante mío. No loco, io sono aryentino. Y la mina se va diciéndole que lo esperaba afuera.

El colorado llevándose ese bombón de compañera, loco, por favor. Me lo quedé mirando y él me mira tranquilo, con la sonrisa esa, viste. No aguanté más. Con respeto, de verdad, loco, con respeto, le pregunté cómo había hecho para conseguir semejante mina porque, y se lo dije tal cual, vos, Alain Delon no sos.

Paciencia, man, paciencia. Con paciencia se hacen buenos negocios, con paciencia se gobiernan países y con paciencia se atracan minas. Con paciencia te vas a dar cuenta por qué se quedó conmigo. Te vas a tener que dar cuenta, man, me dijo. ¿Podés creer?

 

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