Los flacos colmillos apretados
del Montserrat cuando se acerca Barcelona.
La ventanilla del Talgo escurridizo
en su patinaje ferroviario.
Las bordas del Blue Star
cuando se ensanchan los pulmones.
Yiannis señalándome a la noche
con los alfileres delatores del Ouzo.
Confirmar que Yorgos vive
aunque ya no me conozca.
La alegría inclaudicable y tremolante
en los saltitos y en los rabos
de la Carmela y del Pitágoras.
La alegría tan pilla como cándida
en los mohines de Carmela.
La cándida y pilla
en el mohín de Amanda Reyes, la criolla.
Su menuda danza mañanera pulsando las hornallas.
Rosa Arellano haciendo pastelitos.
Hojas de albahaca que estiran sus brazos
para desperezarse bajo el sol.
Aire tan limpio como azul y blanco, al final de la mañana
La victoria de un amigo cuando él siente esa victoria.
Si está bailando sola la mujer que aún te quiere.
El final de la final del año ochenta y seis
y la bota del golazo sobre el cuello del destino.
El olor del plato que viene aterrizando
si es salteado de serrano y champiñones.
El Negro Francés y su sonrisa desdentada
mientras destrozaba una canción.
Vacas y terneros entre el verde.
Aquel carnero enamorado del caballo.
Y el cuerpo de aquel niño a la carrera.
El hola con abrazo.
El eureka redondeado en los ojos y la boca.
Los regueros de la carcajada.
El fugaz triunfo de los gobiernos populares.
Si está alegre la mujer de la limpieza.
Si tu hijo está contento.
Si tu pueblo está contento.
Y al alcance de ojos, pies y manos
el sortilegio siempre joven de la aurora.