Era también un momento de comenzar. Cada cambio lo era, aunque éste, particularmente, sería definitivo. Julián Gutiérrez bajó las escaleras de su departamento inmerso en lo que debería ser terrible y sorprendiéndose de que ahora le resultara tan lejano e indiferente. Si esto le estuviese ocurriendo a otro, estaría másangustiado, pensó. Pero me pasa a mí. Yo soy el que se va a morir pronto. Y tendría que estar loco de indignación.
Pero, al bajar las escaleras, el peso lerdo de la mañana bochornosa del invierno salido de su cauce le aceleró el caudal de sangre en las sienes y alrededor de las costillas, hasta producirle
una náusea que sólo podía atenuar caminando más rápido o desafinando modosamente alguna cancioncita pretenciosa.
Iba ensayando una bosanova al bajar las escaleras del edificio de cuatro pisos donde vivía y al salir se encontró con una vereda deslumbrante donde el olor a humedad gorda le redobló la sensación de descomponerse. Esto es sexo, se dijo. Puro sexo, y aspiró una bocanada del aire preñado. Esto es cuando el día anda alzado y se pone a tantear a todo el mundo. Levantó la vista
y buscó mujer. Pero no la había.