El escritor, profesor, agrónomo y taekwondista Ebel Barat, construyó en Los perros del Amazonas, la novela épica de rasgos históricos ficcionales con un profundo sentido de la amistad perruna que será presentada el miércoles 17 de abril en la librería Homo Sapiens.
Ebel Barat es un prolífico escritor de oficio y sus publicaciones lo confirman, pero para caer en esa cuenta decisiva, tuvo que pasar por los procesos de aprendizaje laboral de sus profesiones. Sabiendo que su inclinación artística era más fuerte que cualquiera de las disciplinas laborales y deportistas que haya emprendido, decidió escribir; algo que hacía desde muy pequeño y que dedicó profesionalmente a partir de su asistencia a talleres literarios.
“Nací en el Saladillo, en Rosario, en el año 1957 y me crie en ese barrio, bien en la zona sur, cerquita del Swift. De ahí venía toda mi familia y viví hasta los 14 años cuando nos fuimos al centro. Cuando me fui a vivir solo continué en el centro hasta que compré la casa en el barrio La Florida. Hice la primaria y la secundaria en la misma escuela, en el Normal 3, Mariano Moreno, un colegio al que tengo siempre presente y valoro por las opciones que me dio la escuela pública. Tuve la opción de ser profesional gracias a las oportunidades que da la Argentina con la educación pública y son tiempos en los que hay que destacarlo”, cuenta Ebel.
-¿Cómo se te ocurre Ingeniera Agrónoma?
-Tenía dudas con mi carrera e hice un test vocacional y las opciones para hacer Agronomía eran por mi padre que me incentivaba. El test me daba 50% Agronomía y 50% arte y la recomendación era que estudiara cinematografía. Agronomía me costó muchísimo, sufrí, pero empecé a meterme en lo que es el ambiente rural de otro modo y me lo devolvió de alguna manera. El hecho de que vaya al campo significa el silencio de manejar por la ruta, estar con la naturaleza y establecer una relación íntima que en la ciudad no tenemos y que nos deja un poco a medio camino de la riqueza que hay en lo cotidiano y en lo minimalista que arroja la naturaleza. Con uno de mis hermanos que también es Ingeniero Agrónomo y Martín Francesco, hemos armado un equipo y hemos establecido vínculos largos con la gente. Trabajamos en campos propios y ajenos, que no son tan ajenos, porque uno le pone la vida y se vuelven de uno también.
La sonrisa de Ebel es fácil y franca. Cualquiera que vaya al restaurante El Ancla lo puede ver cenando con amigos, parientes o mozos y si otro alguien del ambiente literario llegara al restaurante, Ebel invita con un vino y se acerca a la mesa charlar de literatura y de su vocación por la lectura, la escritura y la investigación.
-¿En qué momento decidís trabajar como escritor?
-Cuando definitivamente me decido. Creo haber tenido un poco de oído y sensibilidad poética de pequeño cuando le componía poemas en rima a mi madre: “el sol gris / el cielo gris llora / llegan la tierra a sus almas / a la cual convida y devora”. Rimaba haciendo una construcción totalmente cocoliche, pero tenía cierta música. Después de que terminé mi primer libro de poesía que me lo publicó la Editorial Fundación Ross, me dio vergüenza porque me pareció muy caradura y decidí estudiar, aplicar la variable de trabajo que en todos los oficios para mí es fundamental. Porque uno no pertenece a ese rubro exquisito y restringido de los genios que son poquísimos. Pertenecemos al rubro del oficio que hay que elaborar. Cuando tuve cierta libertad económica de hacerlo profesionalmente, empecé en el Taller literario de Alma Maritano quien me dijo: “vos tenés mucha capacidad de contar, tenés que hacer narrativa”. Mis primeros tres libros fueron de poesía y continué con narrativa gracias al consejo de Alma y al laburo que lleva ser narrador, porque es un laburito de barquero, de remo y remo.
Ebel trabaja en las oficinas de la librería Homo Sapiens como coordinador de un taller literario y también en la Biblioteca Municipal de Funes. Lleva a cabo la edición de la revista Entropía que sale cuatro veces al año en formato digital, más una edición impresa como anuario en la que se pueden leer los trabajos de sus alumnos, reseñas de autores, investigaciones, opiniones y ensayos.
-¿Cómo hacés para llevar tanta cantidad de disciplinas a la vez?
—Trato de imponer en el taller lo que me enseñó el arte marcial: la relación con aquel que denominamos alumno o tallerista: tiene que ser cariñosa con afecto y también con una distancia porque de lo contrario se pierden los objetivos de aprender, en especial en aquel que avance en su modo personal de expresarse. Las cosas no son muy diferentes con el deportista. Se trata de que esos valores que el alumno tiene, de lo que viene munido y no que todos vayamos con un mismo estilo o una misma manera. Que cada uno de la flor que mejor pueda. Están aquellos que escriben duro, los que usan la floritura, que se preocupan por la expresión, por la estética y otros que son más directos y todos tienen valores que son literarios.
-Ebel, no hay ninguna duda de que tenés muchos libros publicados, año tras año la Editorial Homo Sapiens anuncia uno nuevo, pero este último es diferente a todas tus novelas, aquí hay un trabajo de investigación, ¿no?
-Sí, Los perros del Amazonas, es un libro que escribí hace 8 años. Con toda la honestidad del mundo considero que tengo que fogonearlo como pueda porque que es un libro que respeto, que quiero y creo que está bien. Pero a la vez pasa que cuando uno se aleja un poco, porque en el medio de esos 8 años escribí otros, me veo obligado a releerlo. Tengo un poco de miedo, de enojarme conmigo, con ese autor que fui en aquel momento. De todas maneras, el libro pasó por las manos de Magdalena Aliau, de Humberto Lobosco, de Julia Saltzmann, que fue la editora de Buenos Aires. Es un libro que tiene rasgo testimonial, pero también de gesta. Está encuadrado dentro de lo que fue la literatura amazónica la primera mitad del siglo XX, es en donde transcurre fundamentalmente la historia. Ingresa en la segunda mitad del siglo cuando existió una riqueza obscena, producto del caucho y producto también de la explotación y la brutalidad. Ahí fue en donde cantó Caruso, que tenía que llegar navegando porque no había camino o se cuenta que prendían los cigarrillos con billetes de dinero, que le daban champagne a los caballos y esa riqueza se cayó de golpe. Toda esa cosa tan generosa, tan tremenda que ocurre en esa naturaleza, se manifestó en la literatura amazónica que hoy la estudian las universidades de Brasil con la cual me conecté y traté de hacer algo alrededor de esa idea y sobre todo de un personaje pivote que me influyó al ver su foto y es Karl Waldemar Scholz, “el varón del caucho”. Un alemán que se enamoró de la selva y se jugó la vida en esa gesta. Por eso la novela tiene rasgos épicos y este tipo se fundió pero murió enamorado. Se llama Los perros del Amazonas porque cuenta la historia de Scholz en relación a un entenado que nace en un barco. Es un personaje ficticio de nombre Laska que Scholz protege y le reportará trabajando para él y queriéndolo profundamente. El vínculo de la palabra perro es porque todos sabemos de esa lealtad y amor. El objetivo es contar algo que no se ve en la literatura y que es el encuentro de una amistad fraternal y porque también habrá otro muchacho criado por un productor de caucho, que es mucho más ignorante, más bestial y aun así, habrá un amor similar al de Laska y ambos serán como perros de dos dueños distintos.
-¿Cómo es que te inicias en el arte marcial? Porque además de tener una escuela específica de Taekwondo, obtuviste premios, medallas y copas.
-Sí, fui segundo en la primera medalla que entró en la Argentina. Fue en Glasgow en el año 1984, en Taekwondo. Empecé a los 16 años y no antes porque no había escuelas de artes marciales. Hoy es un deporte que puede practicar cualquier pibe y se conecta con todos como una escuela pública y a su vez te da patrones de conducta que mucha gente necesita dado el ambiente hoy nos toca vivir. Hoy me justifica todavía mi presencia por la posibilidad de colaborar en lo educativo porque el arte marcial puede ser un refugio. Y todo se complementa como material literario: lo rural, lo dramático del deporte, la victoria y la derrota, el esfuerzo, los sueños perdidos, etcétera. El pivote de mi vida es lo que yo puedo hacer con la escritura, el testimonio que uno deja. Siempre está esa tentación de trascender, pero el hecho más edificante es el momento de escribir, el intento de crear, aunque en realidad no creamos nada, venimos formateados, tenemos antecedentes y expresamos algo. Pero ese momento en donde a uno le parece que va a horcajadas de una buena obra, es sumamente placentero. Si me tuviera que retirar de mis trabajos por cuestiones de la vida, me queda la escritura. Tengo la mano, la compu y la posibilidad de esa felicidad. El arte marcial me enseñó la disciplina, esto que digo sobre los talleres, en donde uno mantiene una relación de afecto con los talleristas y a su vez la distancia para no confundir. La camaradería sí, pero uno que ocupa el lugar de… no sé si profe, mejor coordinador como decía Alma, porque profe es todo un título, ¿no?
Ebel administra minuciosamente lo que va quedando de su cabello cuando en la mañana se mira frente al espejo. El resto del día deja que el 90% de las canas que inundaron su cabeza, hagan lo que les plazca y despeinen como quieran. Ebel alzará la mano abierta y a modo de rastrillo empujará con sus dedos el flequillo hacia atrás sólo para que no moleste mientras escribe, da clases o permite que el viento del campo libere endorfinas capilares. Por suerte no llegó al terror masculino que asedia a todas las generaciones: quedarse pelado; uno más de sus tantos logros.