Siempre disfrutaron de las sombras alargándose hasta ya no ser cuando cae el sol en la ciudad.
Las sombras de los edificios bajos y las propias subiendo y bajando por la acera a cada paso.
Las sombras que parecen navegar los pasos flotando sobre el vacío.
Es curioso, ellos siempre lo han disfrutado durante las charlas largas, pero nunca se lo han dicho. Quizá porque sería una redundancia. Todo lo que hay alrededor de esa amistad, simple como los atardeceres, los ha acercado a la dicha.
Y las sombras alargándose hasta el infinito en los días cortísimos del invierno han sido, quizá, la amistad misma. Uno de sus modos.
Sus siluetas, apegadas a los caprichos de la tarde, han querido renovarse en cada paseo, apareciendo detrás de ellos, pasando sobre ellos y navegando disparadas hacia adelante, impeliendo su encubierta proa alrededor del mundo, para encontrarse de nuevo a sus espaldas.
Como las palabras suaves de Bjorn. Palabras que no riñen al silencio. Que acompañan su voz grande y extendida como las planicies blancas de donde terminan las calles.
Bjorn mira hacia adelante enfundado en su gabán azul, alto y seguro, esperando los saltos que se revelan en Einar. Gusta de escuchar sus frases exiguas y urgentes. Lo hace hasta el momento de sus propias palabras, que hablan de sus sueños, desgranándose, como si los soltase de un opulento fruto maduro.
Einar atiende, se lo ve en sus ojos claros, abiertos y movedizos como la laguna durante las brisas de la mañana.
Einar escucha como mira o huele, extrayendo, aún hasta hoy, el alma de todas las cosas. Casi siempre ha pasado caminando de lado, inquiriendo a Bjorn con gestos ávidos y sintiendo como una manta la calidez de sus ensueños. De ese cariño que sigue disfrutando cuando llega la noche interminable, cuando las sombras han dejado sus propias sombras.
Las tardes escasas de los inviernos han seguido desgranándose también, y los paseos y la rueda de las sombras.
Pero algo ha ido cambiando. Algo que ha empezado a entristecer a Bjorn desde que se manifestaron los prematuros cabellos blancos.
Al principio les pareció de poca importancia, pero a medida que la multitud de tardes fue cumpliendo su faena, las evidencias, anunciadas en esas nieves tempranas, se han ido acumulando hasta transformar el rostro y el cuerpo de Einar.
Einar ha envejecido con mucha rapidez.
Han abandonado apenas veintitantos inviernos. Einar parece cargar con más del doble de años que Bjorn.
Einar ha estado preocupado. Más lo ha estado Bjorn, al ver lo que pasaba. No han querido decírselo, cómo si eso invalidara su existencia.
Sin embargo, cada vez se ha evidenciado más. Los pasos de Bjorn han debido adaptarse a los de su amigo, cortos como antes, pero más lentos.
Y en las tardes del frío, cuando la ciudad ritual, sobriamente se despide de su gente, sus propias sombras pugnan por separarse.
Ocultarlo más habría sido deshonesto y a pesar de que Einar se ha sentido triste de hablar de su situación, más lo ha entristecido el posible dolor de su amigo.
―Estoy envejeciendo mucho, ha dicho Einar. Me cuesta mirarte a los ojos.
―Juntos veremos qué está pasando. Te acompaño, ha dicho Bjorn.
Las noches de Einar son planas y el encanto del sueño no le es propicio. Einar lo conoce apenas por los escasos instantes en que le es dado dormir y cruzar la difusa frontera donde se destejen otros tiempos.
De esos tiempos sabe mucho Bjorn que transita la larga noche y, aún mucho más, en la paz del dormido. Sueña Bjorn y para eso duerme. Los días, entre las brumas de la ciudad, casi no existen. Sólo los paseos con su amigo se mantienen ciertos.
Einar, en cambio, se sostiene en la vigilia bajo la sombra de las sombras de su ciudad distante. Sin poder dormir. Y se ha acostumbrado a la magnitud del oscuro invierno que se repite igual.
Einar se ha mantenido despierto, ha estado aquí, por casi el doble que Bjorn y eso se ha ido manifestando en su cuerpo y en una gris melancolía que ha querido ir adelantando la separación.
Es verdad, en escasos instantes, Einar ha recorrido el otro tiempo: ha dormido, interrumpiendo las noches definitivas de la ciudad, pero, aunque no lo supiera de cierto, ha sospechado que quedaba mucho por soñar, porque sus oportunidades han sido minúsculas.
También en alguno de sus sueños flacos se ha encontrado con Bjorn y se lo ha hecho saber.
A Bjorn, con más frecuencia, naturalmente, le ha pasado lo mismo. Pero esos otros lugares no han concordado y sus recuerdos, cuando han querido expresarse, tampoco.
Han sospechado que, para encontrarse, ambos hubieran debido soñarse el mismo instante. Si eso ha ocurrido, lo cual es improbable debido a las pocas oportunidades con que cuenta Einar, no lo han sabido. Tal es el capricho del recuerdo que aparece espontáneo como un cambio en la dirección del viento, también improbable en las distancias rutinarias e inclinadas de la ciudad.
No ha ocurrido o no lo han sabido.
El acostumbrado gozo de los paseos ha devenido en una trabajosa armonía por las diferencias crecientes que se fueron instalando, jornada a jornada, entre los amigos. Bjorn se ha estado ocupando de Einar más como de un padre anciano que de un amigo. Einar lo ha soportado con dolorosa resignación para no contrariar a quién más aprecia.
Han seguido descorriendo el asignado tiempo de sus paseos mientras la contrahecha humanidad de Einar se apoya en el andar seguro de Bjorn, que ha hablado más para tapar el fatigado silencio. Mientras, el otoño en su calle umbría se ha ido desvaneciendo sin que se sepa bien cual edificio sucede al otro.
Todo esto ha continuado hasta la última noche.
Durante su curso, que no se ha diferenciado en casi nada de lo que es un hábito detrás de las ventanas parcas de la ciudad, sus sueños se han encontrado. La vida, en uno de sus otros tiempos, los halló a ambos, soñándola. Y también ha decidido que el capricho del recuerdo se posase en ellos a la vez.
En la tarde Bjorn y Einar han emprendido su caminata después del cruce de una mirada acostumbrada a las distancias con otra que ha tenido que apegarse a la compañía de la tierra.
Se han sonreído. Acaso largamente.
Bjorn ha dicho que soñó con Einar.
Einar ha dicho que soñó con Bjorn.
Hemos, quizá, soñado con nosotros, ha preguntado Einar mientras las paredes siguen rozando sus pasos que parecen haberse entendido y las sombras se han echado hacia adelante.
Hacia adelante caminan los amigos y bajan la calle que no conoce más límite que el humo del horizonte o la pátina sobre las paredes húmedas.
―¿Has visto cómo somos?, ha preguntado Bjorn.
―Lo he visto.
―¿Cómo,?
―Tu eres un anciano doblado y yo un muchachito apenas adolescente, lleno de inocencia y hambres, sano y cabal, ha contestado Einar, dejando ver sus dientes escasos.
Bjorn ha vuelto a tomar el brazo de Einar.
―Sí, amigo. He soñado demasiado, demasiado. Y tú, cansado como estás, casi nada. Aún no has crecido en ese tiempo y quizá apenas podamos ser amigos porque, por lo que se ha visto, dado mi estado, yo deberé abandonarlo enseguida, dijo Bjorn sosteniendo la sonrisa de Einar.