No me dieron ganas de verte esta semana. No me he sentido bien. Silvana estuvo con el virus, muy molesta. Y ahora me lo pasó a mí. Mirá, me saco los lentes para que veas cómo tengo el ojo. No te me acerques que no quiero contagiarte, es muy contagioso.
Por eso no quise verte, y por lo que pasó en el edificio. Ya es la segunda vez que ocurre, creo. No sé si habrá pasado más veces. Espero que no. Pero es un problema.
Estaba solo, se había separado de la mujer. Yo lo conocía de cruzármelo en los pasillos. De vez en cuando tomamos algo. Un tipo tranquilo.
Y ahora vengo de estar con todos sus amigos, con todos sus conocidos. Me cayó mal, todos vestidos así, tan formales. Te digo que había como cien personas en el departamento, estaba lleno. Ahora aparecen todos. Por eso me fui antes. No tenía ganas de seguir ahí, ya no los aguantaba y me vine al bar a tomarme una cerveza con vos. Te la debía. No debería por los antibióticos, pero si me tomo una media, no creo que pase nada.
Es un problema generalizado, ¿sabés? Ayer estuve con un amigo que pinta, como Silvana, y me dijo que estaba mal. Que se pasaba la vida pensando en la pintura, que era su obsesión, y que estaba muy deprimido porque no podía vender. Yo le dije que lo importante era el trabajo, era mejorar. Mirá, cada tanto lo visito y veo sus progresos. Me hace bien descubrir cómo va evolucionando, cómo explora situaciones cada vez más elaboradas, con más recursos, con más aciertos. Pero él está mal porque no vende. ¿Sabés qué pasa?, la gente tiene que salir de su encierro. En el ambiente siempre se habla de lo mismo y se vuelve insoportable. Nadie sale de su mundo. Hay que hacer otra cosa. ¡Hay que ser de verdad, Jorgito!
Yo, por suerte, vendo mis esculturas. Trabajo con las tres galerías, la dos de aquí y ahora la de Nueva York. Y así me las rebusco. Viste cómo es esto. A veces agarrás todo junto y otras no pasa nada, pero ahora la llevo bien.
Fue una semana dura, no lo encontré yo. Lo encontró un amigo en el pasillo y me llamó por teléfono. Yo estaba en el edificio y llegué enseguida. Otro flaco había llegado primero, pero no supo cómo hacer. Cuando yo lo vi ya no estaba colgado. Qué se yo por qué hice eso. Lo alcé y me lo eché sobre los hombros, detrás de mí, pensando que, parado, podría reaccionar, sentí que levantándolo se reanimaría. ¡cómo no se iba a animar! Después le hicimos masaje cardíaco, pero no pasó nada. Yo no sé muy bien cómo se hace esa mierda. Al final llegaron los bomberos.
Ya había pasado una vez. Hace bastante, cuando vine a vivir al complejo. Era un pintor, también. La pintura es muy jodida. Es una locura. No es como lo mío. La escultura es más humana, trabajás con todos los planos. En la pintura te las tenés que arreglar con un solo plano y allí tenés que meter todo. Es muy difícil, y eso te vuelve loco. Yo lo veo en Silvana.
El otro pintor, en cambio, se subió a la terraza y se largó de arriba con sus cuadros debajo de los brazos. Qué loco, ¿no?, se largó, y todos los cuadros con él. Qué manera de hacerlo.
Y yo digo ¿dónde estaban los boludos esos, bien vestidos, que aparecieron en el homenaje? Parecían muy involucrados, muy serios, cercanos al pobre flaco. Al final el único que, de vez en cuando, iba a tomar algo con él, era yo, que no soy uno de sus amigos. Apenas teníamos buena onda. El flaco festejó su cumpleaños conmigo, sólo conmigo. Por eso digo: ¿dónde estaban antes todos esos giles que aparecieron en el homenaje?
Yo me voy a la mierda, pensé. Mejor me voy a tomar una cervecita con Jorgito.