Drømmeby (ciudad de sueños) – La Revista del Siglo

Siempre disfrutaron de las sombras alargándose hasta ya no ser cuando cae el sol en la ciudad.Las sombras de los edificios bajos y las propias subiendo y bajando por la acera a cada paso.Las sombras que parecen navegar los pasos flotando sobre el vacío.Es curioso, ellos siempre lo han disfrutado durante las charlas largas, pero nunca se lo han dicho. Quizá porque sería una redundancia. Todo lo que hay alrededor de esa amistad, simple como los atardeceres, los ha acercado a la dicha. […]

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Apenas un día – La Revista del Siglo

Da gusto caminar ahora junto al Yamuna, con el clima tan agradable, tan de primavera. Pensar que en la temporada de los monzones todo debe estar inundado. Es lindo caminar bajo la luz tan diáfana y la sonrisa sostenida de los transeúntes. De esta gente que parece no perder el asombro nunca, que tiene tiempo de detenerse para mirar, para mirarnos como si fuésemos una atracción. Y sonreír tanto. […]

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Cazadora – Página 12

No era la única, había otros que lucían esa suerte de serenidad en la mirada que se forja con el temple. Era como un cuchillo pulcro y eficaz descansando sobre una tabla y a la espera. Había dejado de volar el gran espacio para quedarse donde estaba él, a pesar de los fríos en el invierno. Lucía implacable y fiel cuando descansaba sobre la percha contemplándolo en la calma, lejos del capirote y del guante.

A él le gustaba verla allí, atenta, amándolo tan elaboradamente como la naturaleza y el tiempo inagotable lo permiten. Cuando la tenía sobre el guante solía acariciarla en medio de los ojos con el dedo índice y ella juntaba levemente los párpados.
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Oma – Revista del Siglo

Me gusta mucho, Oma. Pero la distancia nos mata, ¿entendés? No estoy acostumbrada. Siempre me gustó compartir las cosas de cada día. El desayuno, la cena, los paseos. Ya no sé qué hacer. A veces pienso que puedo dejar que todo se apague. Pero va a ser la primera vez que me queda algo pendiente. Y vos, ¿cómo estás Oma?

Yo bien nena, viste cómo es aquí. Un poco frío en invierno, pero el aire huele tan bien. A veces me molesta la espalda, pero con los masajes y el calor se pasa un poco. Porque el servicio de la clínica es bueno, las empleadas son casi todas alemanas. Hay una que vino directamente de allá, de Lendhut, cerca de dónde vivíamos nosotros.

Completan la mesa Fabio, un italiano y su novia paraguaya Nancy, unos veinticinco años más joven. Una mesa improvisada para ser treinta uno. […]

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Quién diría…, ¿no? Aspenger – Revista Barullo

Están sentados a la mesa del quincho del hotel. Llegaron todos los comensales, son pocos para lo que suele esperarse de un treinta y uno de diciembre. Su hermano, Germán, está en Rosario desde hace dos días. Vino de Paso de la Patria para ver a su hijo Estebita y la novia y, de paso, pasar fin de año con él. Hace seis meses que no los ve. Los chicos siguen igual que cuando empezaron. Es algo usual en el caso de ellos.

Se aman sin reserva. Entre sí, a veces, parecen mirarse, pero evitan los ojos de los otros. Estebita contesta más, y la fonética de su léxico semeja la de un extranjero un poco pretensioso. Nació cuando Germán tenía diecinueve.

Germán es quince años menor que él y, por eso, siempre lo ha protegido.

Completan la mesa Fabio, un italiano y su novia paraguaya Nancy, unos veinticinco años más joven. Una mesa improvisada para ser treinta uno. […]

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Esto pasó de veras – Página 12

No era alto, pero si espigado, de una esbeltez que sabía acentuar con la indumentaria que elegía cuidadosamente y que renovaba cada vez que debía asistir a algún acontecimiento de su interés. Nada superaba a las bodas porque garantizaban el encuentro con gente nueva a la que podía cautivar con su elegancia, su porte y el halo exótico con que la naturaleza lo había dotado. Una pequeña porción de sangre aborigen le había valido un cabello vigoroso y una piel suavemente morena. Los ojos eran de un verde subido y los huesos delicados. Sabía vestirse con ropa casual, pero se distinguía con los trajes ajustados en los que los pantalones terminaban apenas arriba del tobillo para dar lugar a largos zapatos brillantes. […]

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El oficio del gato – Página 12

Supongo que desde la primera vez que lo vi acodado en la barra del Bar del Mar me habrá llamado la atención. De nariz aguileña y ojos verdes claros que casi refulgían bajo el lacio jopo cobrizo, siempre iba bronceado. Los días de frío solía llevar un fular arrollado al cuello y un sombrero al tono de ala ancha y con caída hacia un lado. Pedía un lomo al verdeo y lo dejaba languidecer sobre la barra hasta helarse. Ofrecía de su muy buen vino tinto a los que se sentaban a su lado, pero nadie o casi nadie aceptaba. Era bastante movedizo y dejaba exhibir su blanca dentadura en una sonrisa socarrona y astuta y poco amable. Medía casi un metro noventa. […]

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Las silenciosas – Página 12

Algo está sopesando.Hace unos días revisaba a mi compañera postiza y me di cuenta de que notó el desgarrito en el antepié. Vi como reflexionaba y me puse en el lugar de ella, porque una pequeña herida no es más que el preludio de una lo suficientemente grande para que haya que pensar en lo que va a suceder y en que las posibilidades de que no sea doloroso serán mínimas. Porque el abandono es terrible, una soledad sucia y duplicada. Lo que se puede pretender, a lo sumo, es un retiro y un posterior olvido para languidecer en algún lugar silencioso y oscuro donde la única compañía es un grupo de congéneres, tan callados como una misma. ¿Qué cómo lo sé? En mi caso he visto que tiene una tendencia a no deshacerse de las cosas. […]

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