Cambio de posta – Página 12

El pibe está sentado en uno de los bancos que se alinean sobre las paredes laterales del gimnasio. Es un hermoso salón sin tribunas en cuyos extremos hay dos aros de básquetbol que no se usan, salvo para demostrar cuán alto saltan los jugadores de vóley. El piso es de parqué y el edificio de los años cincuenta como en muchas escuelas que se distribuyen a lo largo y a lo ancho del país. Ha acabado el último partido del torneo que se organizó entre los seleccionados de las tres divisiones de cuarto y de quinto años. En total compitieron seis equipos y el resultado de la final era previsible porque la división “C”, en la que cursa el pibe, han coincidido por azar cuatro de los jugadores de la selección de esa escuela conformando uno de los mejores equipos del grupo. El muchacho está solo y no festeja el campeonato.

Hace unos minutos jugaba el último set y, sin ser el capitán, parecía dirigir a su equipo y alentarlo con su vos tonante, de novedosa masculinidad.

-Te las levanto todas a vos -le gritó dos veces Román con los ojos desorbitados, como de costumbre.

-Esperá a que rote y juegue adelante.

Dos voladas de Román, una para cada lado en el fondo y el dorso de la mano izquierda que en ambos casos permitió salvar el pique de la pelota y continuar el tanto que quedó en manos de la división “C”.

-¿Qué festejas la concha de tu madre?

Se llama Abellas y sus aguijones son temidos. Juega en quinto “B” y todos han aceptado que es el que manda en la escuela. Milita en una de las organizaciones que se disputan la preeminencia política y en los pasillos suele hablar en vos baja rodeado de un grupo de tipos cuyos cabellos no se ven limpios. El pibe los ha escuchado decir que los de la otra facción -se peinan prolijamente- los están batiendo para que lo chupen. Abellas decide cuándo salir a manifestarse y cuándo hay que hablar con el director. Siempre está presente. Corre el año 1977.

-Comete ese tanto, salame -había susurrado el pibe al acercarse para abrazar al enano Román que la colocó en el tercer toque al costado y atrás. Recibió la escupida de Abellas a través de la red.

Sintió frío, se pasó la manga de la casaca por la cara y volvió a su puesto. Una rotación más y le tocaría adelante, enfrente de Abellas que ahora jugaba en el medio de la primera línea.

-No vas a pegar ninguna, marica -le dijo cuando, finalmente, estaban enfrentados.

-Levantale también al Bebe -el pibe le pidió a Román -tiene menos bloqueo que yo.

-Te la levanto todas a vos.

Agazapado, en el segundo toque, Román levantó con la potencia de siempre y el pibe saltó buscando el remate. Pegó con menos potencia y la pelota reboto en el bloqueo de Abellas hacia afuera. El esfuerzo de unos de los jugadores de quinto no alcanzó para controlar la pelota que se aceleró conservando el sentido y rebotó contar la pared, encima de los bancos.

-¿Qué gritas?, ahora nos vemos, puto.

Final del partido. Los campeones se abrazaron y se acercaron a saludar a los rivales. Abellas se quedó atrás. El pibe avanzó hacia la red mirando el piso. Inmediatamente salió de la cancha y se fue a sentar solo a uno de los bancos.

Los profesores y los jueces se retiran enseguida. Se quedan los compañeros de curso y los alumnos de otras divisiones.

La acústica es buena porque el techo está lo suficientemente alto. Las conversaciones son austeras a pesar de la gente y de que terminó el torneo.

Está sentado ahí, en uno de los bancos de madera amurados que huelen igual que los pupitres y que sirven de plataforma para entrenar las piernas. Parece que a nadie le importa que puedan romperse o arrancarse de los muros cuando los jugadores se suben de un salto y se reimpulsan desde los asientos. Sus compañeros no están lejos y se mantienen demasiado silenciosos.

Finalmente, Abellas se acerca y se para delante del pibe que mira hacia un costado. Los otros le dejan paso y se abren.

-¿Qué me mirás?, boludo.

El pibe, que es alto y musculoso, levanta la cabeza.

-Yo no te miro -susurra sin buscarle los ojos.

-¿Qué me mirás bobo?

-Yo no te miro, ya terminó el partido.

-Terminó el partido -repite Abellas imitando a un niño. -¿Por qué me puteaste?

-Yo no te puteé, yo festejé el tanto, nada más.

-Me puteaste, cagón, levántate.

-No quiero pelear.

El pibe no se levanta. Hay más silencio. El resto se ha movido poco y espera.

La mano abierta de Abellas sale desde atrás y hace una ostentosa trayectoria circular, el chasquido se escucha claramente. La cabeza se mueve poco.

Los ojos del pibe se abren y puede vérseles el color porque brillan más. El cuello se engrosa y resaltan los vasos. El cuerpo salta del banco en un movimiento rectilíneo hacia arriba y se echa hacia adelante detrás de un rosario de golpes de puños. Son muchos impactos y ambos llegan hasta el centro de la cancha. Ahí, Abellas cae al piso.

La gente se acerca sin intervenir, es lo que suelen hacer en las peleas. El pibe se echa sobre el cuerpo tendido de Abellas y le descarga feroces puñetazos en el rostro. Abellas no se defiende.

Un grupo de compañeros acude y forcejea para separar al pibe de Abellas. Lo alejan unos metros. Súbitamente el pibe se libera, sale disparado hacia donde está Abellas asistido por dos compañeros y se vuelve a echar otra vez para descargarle puñetazos como los primeros.

Nuevamente lo separan y los llevan a sentar a uno de los bancos.

-Ya está, lo cagaste a trompadas, Turco.

Es la primera vez que el pibe escucha ese sobrenombre. Algunas lágrimas se cuelan por su mejilla. Después solloza sostenidamente tomándose la cara con las dos manos.

-Ya está Turco, lo re cagaste a palos.

Los tres días siguiente Abellas no se presenta en la escuela. Han dicho que está lastimado.

Aparece el cuarto con muchas marcas en el rostro. Ese año dejará la escuela porque está finalizando sus estudios. (Morirá prematuramente, antes de los sesenta. Habrá trabajado para cooperativas y bibliotecas populares, según verá el pibe en un diario. Antes sólo se cruzarán una vez, en el centro. Serán, ya, dos hombres entrando en la madurez. Intercambiarán un saludo razonablemente efusivo y no mencionarán en absoluto aquel suceso. En la memoria del pibe quedará el recuerdo de las largas cejas de Abellas, sus ojos tristes y una intoxicación con chorizos crudos que se agarró con su hermano en la Patagonia profunda cuando se escapaban, según le contaron alguna vez).

En el recreo Abellas observa, taciturno, al pibe. La fisonomía de sus ojos resistirá en la memoria del pibe.

Se acercan tres compañeros entre los que está Cuttuli que participa en política.

-Mañana tenemos que hablar con el director por ese asunto de las sanciones. ¿Hablás vos Turco? Nosotros te apoyamos y si nos dejan entrar vamos con vos.

-Voy yo -dice el pibe que mira de reojo hacia la pared en la que se apoya, solitario, Abellas, parece ávido y triste -, con el director hablo yo, no pasa nada.

 

Publicación original aquí…