Primera lección. Goncourt, 21 de mayo.
Ella lo ha visto una sola vez, pero lo reconoce enseguida.
Es delgado y fornido. Un cuerpo que los años van a ensanchar.
Alto, casi muy alto.
Él la mira un instante, desde la esquina de enfrente. Se detiene, pero inmediatamente reanuda su marcha. Pisa con toda energía, con mucha seguridad.
Ella espera en la esquina y sonríe. Se sorprende. El también le sonríe, ampliamente.
Y cruza Parmentier.
Ella ofrece sus mejillas para los dos besos.
Hola.
Hola. cómo estás…
A donde vamos, pregunta él,
Sígueme, hay un cafecito a dos calles.
Ella prefiere sentarse adentro, pero muy cerca de los portales de vidrio que dan a las mesitas de la calle. Se sienta primero. Lleva una calza negra que le llega a mitad de la pantorrilla. Junta sus muslos delgados y musculosos y coloca sus pies uno al lado del otro, perfectamente apareados. Es una esquina tranquila, pasan pocos autos.
Él se sienta frente a ella y sonríe. Habla. Quizás de algo que le parece interesante.
Hablan bastante y sin proponérselo, los ojos ensayan un gesto de interés.
Ella pide jarabe de casis.
Para mi lo mismo, dice él.
Bueno, es hora de empezar, dice ella.
Bueno. Él comienza con una voz que se corresponde más con su cuerpo. Un francés duro.
Se ve que está ansioso. Que trata de pasar el examen. Habla como queriendo apurarse. Pero no se apura, su conocimiento de la lengua no se lo permite.
Ya no la mira. Fija la vista en un punto y habla. Trata de contar su historia. Una historia que pueda agradarle a ella.
Dice que es bailarín, que se animó a bailar desde muy chico. A pesar de sus padres. Que lleva la danza en la sangre. Que nunca paró.
Dice que le gustaría escribir. Que está probando, que escribe poemas. Que le gustan los poemas. Que quiere probar en Paris. Que siempre quiso estar en Paris.
Ella presta atención.
El habla hasta que la mira.
Ella le dice que su francés no es nada malo. Que no se apure. Que le hable de la danza. Que qué tipo de danza hace.
Danza contemporánea.
Cómo es la danza contemporánea, pregunta ella.
Aparece después de la danza clásica y después de la neoclásica. Pero es más libre y tiene muchas facetas y escuelas.
Dice que le gusta bailar de todo y que siempre va a seguir estudiando.
No le agrada tanto la locura del ambiente, sobre todo la de los hombres: Muchos no son gay, pero son muy locos. Peor. Es muy difícil tener tu amiga en el ambiente de la danza, es muy difícil bailar con la novia de uno.
Ella lo observa. Se pregunta cuántos años tiene. Alrededor de treinta. Tiene los ojos un poco cansados.
Y tú, haz hecho danza.
No mucho. He hecho gimnasia, más bien. Pero sigo bailando, no profesionalmente, por supuesto.
Él parece pensar en otra cosa. Le está mirando el pecho. Un pecho delgado de senos pequeños. Un pecho de mujer muy delgada.
Ella habla, adelanta la boca y contrae los labios. Casi con el gesto de querer silbar.
Le parece lindo, Muy francés.
Pero para todas las cosas el movimiento es igual. El concepto de movimiento, dice él.
Ella parece pensarlo.
Y tú, cuál es tu trabajo.
Profesora de español. Hago traducciones, doy clases.
De libros.
Ahora solamente de guías turísticas: Tiene mucha salida y se puede ganar buen dinero.
Él le mira la boca: Ella se da cuenta.
Estoy cansado. Es la hora de terminar, dice él y sonríe.
Ella lo mira.
Él empieza a hablar en español, con otro timbre de voz. Habla mucho. Como si se hubiera estado conteniendo.
Ella escucha sin dejar de mirarlo.
Todavía hay luz en el café. Los días ya son largos y las tardes se demoran.
Bueno tengo que partir, dice ella.
Está bien, mañana a qué hora nos encontramos.
A las siete, está bien.
Si, a las siete. Dónde.
En la misma esquina.
Bueno.
Se levantan y caminan juntos. Ella se detiene. Yo me quedo aquí y sonríe.
Bueno entonces, hasta mañana.
Hasta mañana.
***
Segunda lección. L´autre Cafe. 22 de mayo.
Ella llega primero a la esquina y mira. Enciende un cigarrillo para esperarlo.
Busca la hora en el reloj que hay dentro del café de la esquina. Es temprano todavía.
Siempre pasa mucha gente por Parmentier, pero es una calle amplia y a pesar de la hora no hay embotellamiento.
Fuma su cigarrillo apoyada en el muro y observa el paso de los transeúntes. Siempre más o menos igual.
Vuelve a mirar la hora en el reloj del bar.
Por Belleville baja él, muy atento. Sus miradas se encuentran enseguida. Él camina inclinando la cabeza y cuando la ve, se ríe. Hace como que se esconde detrás de los cajones de fruta de una verdulería. Ella, entendiendo, hace inmediatamente algo parecido, agazapándose apenas.
Ça va.
Ça va.
Él ve que tiene las mismas calzas del día anterior, pero otra blusa.
Mira el plano interno de sus muslos.
Hoy vamos a otro lugar le dice ella y salen por Parmentier hacia abajo.
Al café llegan metiéndose por la calle pequeña. Tiene más carácter que el del día anterior
El pide un vaso de vino y le pregunta a ella si quiere lo mismo.
No gracias y pide un jarabe de menta.
El comienza a hablar en francés, trata de decir que está un poco preocupado porque el grupo de danza, por el momento, no tiene lugar donde ensayar. Es una lástima porque debe aprovechar la beca. Dice que han llegado a considerar la posibilidad de ir a ensayar a los muelles, cerca de la estación de Austerlitz.
Él dice que no entiende bien la diferencia entre contar, encontrar y darse cuenta. Ella, como en la cita anterior, escribe en una hoja de papel.
Ella escribe las tres palabras y su traducción al español.
El continúa hablando de un proyecto de montar una escuela de danzas en alguna vieja casona de su ciudad. Ese es su sueño, pero sabe que no va a ser fácil conseguir el lugar. También dice que está tratando de leer todos los días algo en francés. Dice que en general, puede leer muy bien el periódico.
Ella le pregunta por qué hoy habla tan deprisa.
Él se avergüenza y dice que va a tratar de hablar más despacio.
Ella sonríe y piensa en sus pantalones a rayas, color vino y en su camisa a cuadros, un poco escocesa, que tiene los mismos tonos. Muy de bailarín.
Él fija, como en el día anterior, su vista y habla más lentamente. Dice que está un poco cansado. Que también hable ella:
Qué quieres saber, le pregunta ella.
No sé. Hace mucho que estás en París.
Casi toda mi vida. Nací en una región del centro, Le Limousin, y pasé mi infancia en un pueblo pequeño cerca de Limoges. Después vine a París y me quedé aquí.
Él le pregunta si ella está casada.
No, le responde ella.
Pero quizá casada antes.
No.
No tienes hijos.
No.
Él mira las arrugas alrededor de la boca redonda y los pómulos muy altos. Mira el pelo recogido con descuido y se acuerda de los afiches de Toulouse Lautrec. Pero ella tiene el pelo muy oscuro.
Y tú tienes novia.
Ya no sé. Sí, teóricamente. Pero con esta beca de dos años, no es nada fácil. Nunca le gustó esto. Va a ser difícil. Y tú tienes novio.
Ella sonríe. No, le dice.
Pero has tenido novio.
Ella, fugazmente, lo mira a los ojos con una gran intensidad. No le responde.
Bueno dice él. Ya pasó la clase. Es hora de descansar, verdad, y le sonríe.
Ella busca un reloj en la pared y lo encuentra. Está bien, dice.
Por qué anotas los lugares y la fecha de cada clase, pregunta él, pero ahora en español.
Ella solamente lo mira:
Puedo ensayar una teoría, pregunta él.
Bueno.
Lo haces porque eres melancólica y no quieres olvidar. Porque los recuerdos tienen un valor muy importante para ti.
Ella asiente con la cabeza.
Debes sacar muchas fotografías
Hace ya bastantes años que no saco fotografías. Antes sacaba muchas.
Y por qué ahora no.
Porque perdí el entusiasmo.
Pero si los recuerdos tienen mucho valor para ti.
Sí, pero los recuerdos son de aquello que ya no está. Ya no puedo mirar las fotos sin sentir tristeza. Todo pasa, salvo el sentimiento de que todo pasa.
Bueno, pero quizás se puedan ver de una manera diferente, como que allí hubo algo. Algo que se vivió con alegría. Pueden ser un registro de la alegría.
Pero también pueden ser un recuerdo de lo que pasó después.
Cómo.
No importa. Ya no tengo ganas de sacar una foto. Es una lástima, quizá vuelva a sacar, no sé.
No me sacarías una foto a mí. Él se ríe.
Ella lo mira, pero su mirada sigue igual.
Bailaste hoy, le pregunta ella.
Un poco, es diferente que allá, pero pienso que ya me adapté.
Bueno, hoy hablaste más, pero no debes apurarte y tienes que tener más cuidado con la pronunciación de las vocales. En francés en muy importante.
Sí, dice él, pero no parece importarle mucho.
***
Tercera leccción. L´Autre Café. 23 de mayo.
Cómo se dice novio en francés, se dice fiancé.
Ella lo mira.
Si, pero ya no se utiliza mucho. Es más normal decir un copain, un ami. También un compagne.
Y cual es más formal.
Es difícil, depende del tono con que se dice.
Como tantas cosas aquí, como la pronunciación de las vocales. Cómo se dice en francés que alguien se va a dormir.
Dormir, pero si te vas a la cama utilizas coucher. Se coucher.
Él vuelve a pedir vino, es un horario que se presta, porque la luz empieza a declinar.
Ella vuelve a pedir un jarabe. Hoy lleva unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca, muy simple. Pero usa tacones. Él piensa que le van muy bien y piensa que ella tiene cuerpo de bailarina.
Seguro que tú no bailas.
Claro que bailo.
Pero yo digo profesionalmente.
No, solamente a veces voy a la clase de una vieja profesora, pero ahora es más una amiga.
Te gustaría verme bailar.
Ella lo mira y piensa un instante. Sí, es probable.
Bueno, cuando hagamos una función, voy a invitarte.
Bien.
Él bebe un trago de vino tinto y dice que está bueno. Le pregunta si le gusta el vino.
Ella lo mira y le dice no sé.
Cómo no sabes.
Pues no sé.
Nunca lo probaste.
Por supuesto.
Y entonces.
Bueno, después hablamos. Ahora es necesario concentrarse en tu clase.
Está bien.
Él comienza por decir que sigue preocupado por el problema del lugar para ensayar. Han probado en otra sala, pero era muy pequeña. Además, se siente un poco inútil. Se levanta muy tarde y es una pena porque le gustaría ver cómo amanece en París.
No hay mucho que ver le dice ella.
Pero el amanecer es muy lindo.
Puede ser, pero no particularmente en París. Las que sí son bellas son las palabras que significan el comienzo del día en francés.
Yo la dije, cuál otra.
Ella le dice un sinónimo de amanecer, el alba.
Él piensa, pero todavía no sabe si le gusta más. Dice que ayer a la tarde, como no sabía que hacer, decidió ir al cine. Da el nombre de la película y le pregunta si ella la vio.
No.
Es buena, muy buena, puedo recomendártela. Me gusta mucho el cine francés. En general el cine europeo más que el americano. El cine de los países del este no tanto, es muy duro, muy triste.
Ella dice que a ella sí le gusta ese cine.
Pero hay mucha brutalidad. Eso de hacer el amor con el sombrero puesto y fumando un cigarrillo es demasiado. Ah, y encima debajo de las bombas, es demasiado.
Hay cosas mucho peores.
Peores que encerrar a tu amigo durante toda una vida mediante engaños y para hacer buenos negocios. No creo.
Es una cuestión de elección, como todo.
No es fácil decidir.
No, dice ella, sobre todo cuando se tiene tanta sed.
Él la mira. Le parece haberla comprendido. Siempre se pierde algo, le dice.
A veces demasiado, le dice ella y mira la copa de vino a medio beber de él.
***
Cuarta lección. En su apartamento. 24 de mayo.
Él espera en la calle, cerca de la puerta donde le parece que ella entró ayer. Ayer la acompañó hasta su casa. Ella caminaba en silencio del lado de la calle. El le miró los pies muchas veces. De nuevo le pareció que debió haber hecho danza. Le gustaron sus pies nudosos y sus dedos enérgicos. Ella no habló casi. Sólo cuando se despidieron, ella le preguntó si siempre había usado el pelo tan largo.
Sí, le había dicho él.
Y cómo haces para bailar.
Me lo recojo, y me hago un pequeño rodete. Ningún problema.
Bueno, hasta mañana, había dicho ella y lo había mirado un poco a los ojos.
A él le parece que ella entró en el portón que tiene al lado. Se sienta sobre la baranda de hierro que hay en la acera y mira hacia la calle.
No pasa mucho tiempo hasta que lo tocan por la espalda.
No era aquí, pregunta él
No, era la otra puerta.
Pensé que era ésta.
Van juntos hasta el otro portón que se parece mucho al portón en que él esperaba. El portón da a un gran patio interno. Hay varios edificios que convergen a ese patio.
Ella vive en la planta baja, a la izquierda.
Cuando abre la puerta, del otro lado hay un hombre muy joven. Unos treinta años.
El es Jean Marc, dice.
Los dos se saludan con un apretón de manos
Bueno yo parto, dice el hombre joven. Hasta luego, dice con una sonrisa muy dulce y se va.
Quieres que prepare un poco de té, dice ella.
Bueno dice él.
Siéntate en la mesa redonda de la sala.
Ella llega con una bandeja y dos tasas de te y una barra de chocolate. Se sienta frente a él y vuelve a acomodar sus piernas como la primera vez.
Él estaba esperando eso.
Es difícil conseguir buen chocolate. Éste es muy bueno, pruébalo.
Él corta un trozo y lo come.
El comienza a hablar en francés. Donde yo vivo, es muy difícil encontrar buen chocolate. Y es peor con las galletas. Casi todas las que son buenas, vienen de otros países. Pero ahora las cosas parecen estar bastante más tranquilas. Hay que esperar porque en mi país, todo cambia rápidamente. Es difícil saber qué va a pasar mañana.
Te falta tu país, le pregunta ella.
No, Pienso en mi país, en mis amigos, en mi novia, pero no tengo ganas de volver. No tengo ganas de volver a hacer las mismas cosas. Y a ti, te gusta volver a tu pueblo.
Sólo para descansar. Hay poco que hacer.
Ella piensa unos instantes.
Quieres ver fotos del pueblo.
Claro, dice él.
Ves, ése es mi padre, siempre con el mismo sombrero de paja.
Qué hace en tu casa.
Cuida el jardín. A veces sale a hacer las compras. Se reúne con sus amigos.
Y antes qué hacía.
Antes trabajó un tiempo en el campo. Pero fue alcalde del pueblo, también. Ahora cuida las plantas, sale a hacer las compras y se reúne con sus amigos.
Sólo eso, verdad. Y tú, a que edad te fuiste.
Yo vine a París muy joven, a estudiar.
Y después, pregunta él.
Después es largo. Tú eres el que debe hablar porque es tu clase.
Pero a mi me gusta escucharte. Además, si te escucho, aprendo fonética. Él se ríe. Estoy todo el tiempo hablando de mí. Ya me aburrí.
Háblame de tu país.
Qué voy a decir, que es montañoso, que faltan autopistas, que faltan inversiones. Qué voy a decir de mis amigos, si casi no pienso en ellos.
Y de tu novia.
Ella estaba un poco enojada con la beca, ya no sé.
Ella lo mira. Él mira hacia la ventana y se queda en silencio.
Ella espera.
Él vuelve la cara. Cuéntame de cuando viniste a París.
Tenía dieciocho años e ingresé a la universidad para estudiar de traductora, elegí español e inglés, pero siempre me gustó más el español. Fui buena alumna.
Después trabajé poco. Me gusta traducir obras de literatura, pero es difícil. Ya está hecho y los autores nuevos que son muy leídos, eligen. Después viví de las clases de español. Después no quise trabajar más.
Por qué
Porque no quería, no podía.
Trabajar cansa, eh.
Todo cansa.
Y el amor.
Cansa el dolor del amor.
Tuviste muchos amores.
Esas no son preguntas que se le hacen a una mujer.
Tuviste amores.
Como toda muchacha joven.
Y después.
Después es un poco más largo.
Y cuando no trabajabas, qué hacías.
Bebía vino tinto.
Él la observa un instante y se levanta de la mesa. Camina hacia un espacio abierto de la sala y comienza a ejecutar pasos de danza.
Ella estira sus piernas y las apoya en el posabrazos del sillón que ocupaba él. Bebe el resto del té de a sorbos y lo mira bailar.
Espera que pongo música.
Pasa una vecina por el patio interno, se detiene en su ventana. Golpea el cristal y le sonríe desde afuera. Ella también sonríe. Él sigue bailando.
***
Quinta lección: Rue du Faubourg du Temple. 26 de mayo.
A ver, otra vez estás hablando muy rápido. Qué pasa hoy.
Perdona, es que estaba retrasado y caminé con mucho apuro. El reloj que tengo en mi estudio está atrasado.
No hay problema con tu retraso, sólo cinco minutos.
Es verdad. Pero siempre estoy demasiado acosado por el apuro.
Ya veo. Y por eso mueves todo el tiempo tu pierna. Algo te pasa siempre.
Y a ti también algo te pasa siempre.
Bueno a todos.
Pero a ti siempre te pasa lo mismo, verdad.
A quién no le pasa siempre lo mismo.
Ella hace un gesto de desagrado y baja la mirada. Tiene el pelo sostenido por dos palillos japoneses y un vestido negro muy liviano. No lleva sostén y eso, a él, le llama la atención. Es difícil ver aquí alguna mujer que no lleve sostén. Los pechos de ella están muy libres y el escote los tapa apenas. El vuelve a ver que sus pechos son pequeños, ni firmes, ni laxos.
Tú no usas sostén. No te gusta usar sostén.
Ella vuelve a levantar la mirada. Si uso. A veces no. Debería usarlo.
Así está bien. Está bien.
Por qué te acosa el apuro.
Él cruza una pierna encima de la otra y sus pantalones que son muy anchos dejan ver sus pies calzados con sandalias. Viste una camiseta sin mangas. Sus brazos son delgados todavía y sus manos son grandes, muy fuertes.
Porque estoy buscando lo que no existe. Porque no estoy cómodo en ningún lugar, salvo algunas veces, mientras bailo.
Cómo va el baile, han conseguido donde bailar.
No todavía, muchas veces siento que no tiene sentido. Que no sé adonde voy. A dónde vas tú.
A ninguna parte, estoy aquí en nuestra clase de francés.
En nuestra clase. Eso es lindo. Pero es triste no ir a ninguna parte.
Pues yo no voy a ninguna parte.
Pero que es lo que te importa.
Me importa que tú vayas a alguna parte. Quiero confiar en eso. Me importa tu francés.
Nada más, pregunta él.
Me importa la desesperación.
La desesperación.
Sí, la desesperación.
Es una palabra terrible pero hermosa en francés. Por qué la desesperación.
Ella le da un largo trago a su jarabe con los ojos cerrados y después deja la copa sobre la mesita.
La desesperación de no poder volver jamás a ningún lugar. La desesperación de ser siempre la misma persona.
Él se queda mirándola un instante con la cabeza echada hacia atrás.
Quizá tengas que bailar. Nunca bailas.
No puedo.
Deberías probar
Anteayer te vi bailar, desde mi sillón.
Te gustó.
Sí.
Entonces no eras la misma persona. No bailas con Jean Marc.
Quizá antes, ahora no.
El está contigo.
El es gay.
Haces el amor.
Lo he hecho con Jean Marc.
Te gustaría hacer el amor conmigo.
Prefiero darte clases de francés y escucharte hablar. Prefiero que muevas tus piernas y mires hacia otro lado.
Él baja la vista y observa una de sus manos, un poco cuadrada y muy blanca. Observa sus uñas cortas y se da cuenta de que los dedos de su mano se corresponden con los de sus pies.
El le dice que es un gran esfuerzo hablar en francés toda una hora. Que se cansa pero que está bien.
Ella le pregunta si siente algún progreso, si le parece bien cómo van las clases.
Él dice que muy bien. Que está muy conforme. Que le gustaría seguir, si no tuviera que ir Praga.
Ella le pregunta la hora al hombre que está en la mesa de al lado.
Bueno, terminó. Por hoy está bien, la clase ha durado más de una hora.
Bueno, muy bien dice él. Ya estaba cansado.
***
Sexta lección. Café Le Danube. A la mañana. 27 de mayo.
La luz es gris, de acero claro. Es ésta, todavía, la luz de París. Distante y reconcentrada en su silencio. Igual en los edificios que en la gente, El café está bastante vacío.
A él le parece notar un cierto disgusto en ella. Él permaneció callado mientras caminaban. Ella habló, pero con un tono neutro. Con un tono igual que la luz del día. De nuevo se tomó el pelo con dos palitos japoneses.
Hay un perro Husky echado junto a él. Es del hombre de la mesa contigua.
El lo acaricia y el animal se predispone, pero también mantiene cierta distancia.
Me gustan mucho los perros. Y a ti.
También, pero no estoy acostumbrada. Ahora voy a tener un gato. Me lo regaló una amiga del pueblo. Prefiero los gatos.
No, yo no. Los gatos no tienen nada que hacer con los perros. No es que no me gusten. Los gatos parecen no tener alma.
Claro que la tienen.
Dónde. Has visto la mirada de un perro. Parecen saber todo. Los gatos no tienen mirada.
Es verdad.
Esta ciudad es como su luz, hermosa. Pero tiene prohibida la plenitud, dice él.
La plenitud.
Si, algo así como poder dejarse llevar por el sentimiento. No es para franceses.
No, aquí está prohibido. Es de mal gusto.
Y el análisis, el análisis de todo, eso es de buen gusto, verdad.
Creo que no.
La preocupación por hacer todas las cosas de un modo bello, no es bella, no.
No, más bien es triste. Como París.
Y sin embargo la tristeza de Paris es bella. Todos lo ven.
Quizá porque es genuina.
No como el análisis.
No como el análisis. Y tu, conoces la plenitud.
Sí, pero es muy cara. Es un paso de danza que no se deja repetir.
Me gusta eso, voy a anotarlo.
Y tú la conoces.
No, sólo me la he imaginado.
Y en el amor.
El amor es un paso de danza que jamás se hace.
Él vuelve la cara y, de nuevo, comienza a acariciar al perro. Tiene un ojo muy diferente al otro. Un ojo con alma y otro helado. Pero tiene ese ojo que él puede comprender mejor.
Ella observa la confianza de su mano sobre la cabeza del animal. Y su cuello fuerte que emerge de una camisa muy estrecha.
Entonces, el amor está mal.
Aquí, en París, está mal, dice ella y levanta su nariz fina y huesuda. Lo mira como diciéndole algo más.
Y qué está bien.
Quizá enseñarte francés.
Y tomar vino.
Ella repite el gesto.
Y tomar vino, insiste él.
Tomar vino te hace creer en una manera más segura de ahogarte.
Cuánto tiempo, el vino, pregunta él.
Cuatro años.
Tenías novio.
Mi novio está muerto.
Cómo.
Mi novio murió de una puñalada en el pecho.
Una puñalada en el pecho. Pero cómo. Quién fue.
Ella tiene los labios blancos, y secos, pero se le acumula saliva en las comisuras.
Sí, fui yo.
Eso es literario.
Eso es literario y literal, dice sin mirarlo. Mi novio murió de uña puñalada en el pecho que le di yo.
Y la policía.
La policía no tiene nada que ver con esto.
Él vuelve a acariciar el perro.
Ella deja de hablar y mira la calle sin moverse.
Comienza a llover despacio, con gotas gruesas. Una lluvia de verano. Es difícil que dure.
Un ojo con alma y un ojo helado, piensa él mientras contempla el perro.
Bueno, hemos hablado bastante por hoy. Yo creo que es la hora.
Faltan unos diez minutos, pero, si estás cansado, podemos parar aquí, dice ella, más pequeña y sin moverse.
Él deja de acariciar al perro, se vuelve y se apoya los antebrazos sobre la mesa. Queda por debajo del nivel de ella. Él levanta su cabeza. Ella lo observa desde arriba, alejada.
Mañana es la penúltima clase, dice en español. Tengo que viajar a Praga.
Sí, dice ella y no deja de observarlo. Mañana tengo un día atareado, no tengo horario para darte. Te parece bien pasado mañana
Sí, no hay problema. A qué hora.
A las siete de la tarde. Espérame en la puerta de mi casa.
Bueno, a las siete en la puerta de tu casa, pasado mañana.
***
Séptima lección. Café en la rue Bichat. 29 de mayo.
Esta vez se sientan en una de las mesitas de la acera. Unas mesitas y unas sillas como las de siempre, a las que se ha acostumbrado y que le siguen pareciendo las más graciosas que ha visto. Las mesas y las sillas pegadas de Paris. Ella parece estar más alegre. Eso, a él, lo predispone bien.
Él viste los mismos pantalones anchos y una camisa muy oscura a rayas.
Me gustan tus pantalones, dice ella.
Y mi camisa, dice él.
También, pareces vestido para bailar. Bueno, un poco.
A veces bailo con ropa como ésta.
Pero no con el pelo así.
No con el pelo así, dice él y contesta a su sonrisa.
Hoy has empezado a hablar francés enseguida.
Es que tú me has dicho que tienes poco tiempo.
No hay problema. Cuando dejas París.
Mañana a la noche. Viajamos en tren.
Tienes ganas de partir.
Siento un poco de angustia, me estoy acostumbrando a la ciudad. Tengo un compromiso con París y quiero cumplirlo. Quizá mañana salga a caminar por la ciudad.
Te gusta caminar.
No particularmente.
Entonces.
Es un modo de rendirle un pequeño homenaje.
A qué.
A la ciudad, a estos días. A estas clases de francés.
Cumples tus compromisos.
Él la mira con firmeza. Y tú.
Ella lleva una falda ancha y clara, a lunares, que dejan ver sus dos piernas menudas. Se ve más joven.
A veces es muy difícil, dice ella.
Y cuando no los cumples, qué sientes.
Vergüenza, dice ella enseguida.
Vergüenza.
Sí,
Cuando alguien siente vergüenza está muy solo. Aislado. Un ermitaño.
Aquí está lleno de ermitaños.
Te gusta ser ermitaña.
Yo doy clases de francés. Está Jean Marc.
Y yo.
Contigo es fácil hablar. Qué vas a hacer en Praga.
Bailar, claro.
Dónde.
Tenemos dos funciones en un pequeño teatro y una presentación en una fiesta de la ciudad.
Dónde.
No sé bien. En una plaza, al aire libre. Conoces Praga.
Praga, no.
Te gustaría ir a Praga.
Ella levanta sus ojos marrones y lo mira como tantas veces.
Él ya sabe qué significan esas miradas.
Después de Praga, vamos a Budapest. después al sur.
Mucho tiempo,
Tres meses.
Ella bebe un trago de agua. Una línea de sombra proyectada por un muro le cruza la cara. Pero toda su cara se ha vuelto sombría.
Te pasa algo, pregunta él.
No.
Seguro.
Qué quieres decir, siempre pasa algo. Siempre pasa lo mismo.
Un hombre de la mesa contigua se levanta y roza la mesa de ellos. La botella de agua tambalea y se cae al suelo. Se rompe y los salpica. Él mira al hombre que está acompañado por otro. Está muy bien vestido, con un traje claro.
Perdón dice el hombre. Perdón señorita. El hombre se ve preocupado.
Ella mira el suelo.
Llega el mozo a limpiar.
Voy a pedirle otra botella de agua, dice el hombre. Su compañero permanece en el lugar.
Ella espera que el mozo seque el suelo y retire los pedazos de vidrio.
El hombre sigue parado frente a la mesa de ellos, sin hacer nada. Su compañero también sigue allí.
Llega el mozo con una nueva botella de agua. Ella la contempla.
No hace falta, dice. Ya bebí casi toda el agua que había. La bebí casi toda. Ya casi no había más agua. No quiero otra botella. Está bien.
El hombre la mira un poco azorado.
Pero está segura, señorita.
Sí, no quiero otra botella, ya bebí casi toda el agua que había, entiende.
Bueno, disculpe.
Los dos hombres se retiran.
Él sólo observa.
Ella vuelve la cara y lo mira. Creo que terminamos, dice ella, si no te incomoda.
Bueno, dice él.
Ya casi es la hora.
Paga él
Cuando vuelva te llamo, porque podríamos continuar con las clases. Qué te parece.
Bueno, dice ella, veremos. No lo mira más.
Ambos se levantan a la vez.
Caminan en silencio hasta la Plaza de la República. Allí, ella se encuentra con una amiga.
Te presento un alumno.
Él y la amiga se saludan.
Ella y su amiga se miran. Después lo miran a él.
Bueno tengo que irme dice él, cuando vuelva te llamo. Hasta siempre. Nos vemos
Hasta la vista, Y buen viaje, le dice ella con una sonrisa.